sábado, 17 de octubre de 2009

Amor, amor.

Siempre te vas y yo sigo esperando tu vuelta. La mayoría de veces se me hace eterno. Y todas se me hacen incómodas. Y pienso en el amor. Es incómodo. Claro que además es otras muchas cosas. Es difícil, esforzado, pesado. Es demasiado negativo, de vez en cuando.

Yo nunca te pido que te marches. A pesar de todo. Me gusta tenerte cerca. Tu piel siempre es más cálida que la mía. Tus labios siempre son más insistentes. Tus manos siempre más precisas. Tu mirada es más fija. Tu sonrisa, perfecta.

Quizás mi amor se deba a tu absoluta humanidad. No digo que yo lo sea menos, humana, quiero decir. No. Lo que digo es que suelo pensar tanto que me pierdo muchas cosas. Cosas normales. Como sentir. Mi corazón siempre pide permiso, ya sabes. Es un engorro. A mí me gustan los conceptos. Todo lo abstracto no pone límites a mi cabeza. Pero soy tan... imprecisa que adoro a ambos. A los límetes y a lo abstracto. Qué absurdo.

Y siempre te vas. Pero vuelves. Y siempre te espero. Con impaciencia. Y siempre deseo. Deseo. Preciosa palabra. Que no sólo hace que agradezca la presencia de tu piel, tus labios, tus manos, tu mirada y tu sonrisa. También hace agradable cualquier aspecto negativo.

Y no tengo ni una duda. Lo negativo es necesario. Como lo placentero. Cualquier concepto debe ser definido. Y las definiciones siempre tienen perspectivas. Y como lo mío es lo abstracto, lo acepto. El amor es una arma. De doble filo.

lunes, 12 de octubre de 2009

Suicidio social (III)

Cometemos demasiados errores. Nosotros. Y no logro comprender a qué viene tanta imperfección. Sobrevolamos la vida y, sin embargo, cometemos errores. Yo lo hago. Y después siempre es demasiado tarde para volver atrás. Luego no hay solución que valga.

Antes lo quería perder todo. Soñaba con el mar. Despreciaba mi poder. Me costó comprender que todo lo que tuve lo gané. Yo. Porque ¿qué es sino, el trabajo, que una manera de reafirmarnos?

Ahora me encuentro donde quería. En una bonita casa en la costa mediterránea. Estoy donde quería y no soy nadie. Sólo el rey que fue destronado. Sin trabajo. Uso mi nombre por primera vez en cincuenta años. Utilizo un nombre que ni siquiera es el mío. Uno que nadie conoce. Pero eso es lo que tiene el deseo. Su realidad.

Tengo el velero que quería, aunque el mar no me atrae. Se me antoja una inutil y cambiante mancha colorida. Lo inunda todo. Pero no llega a mí. Aunque es lo de menos. De más es que todos aquellos que me apoyaban en mi viaje hacia la esencia de las cosas se han marchado. Dieron su voto a otro. A un chiquillo maleable. Supongo que eso les pareció más interesante.

Lo he perdido casi todo. Y es más doloroso de lo que imaginé. Pero se ha esfumado. Ya no puedo recuperarlo. Y aunque lo desee, sé que no merece la pena. Soy viejo. Mi corazón es frío y duro. Mi mente, retorcida. Mis deseos, vanos. Mis pasiones, despreciables. No hay bondad en mí. Yo la destrui. Y ahora, sólo recojo lo que sembré. Para mí y para el pueblo. Aprendieron erróneas lecciones. Y ahora me toca a mí.

Firmado, Lauro.


miércoles, 7 de octubre de 2009

Suicidio social (II)

Estoy a la espera. A la espera de unas palabras que no llegan. Y es probable que no lo hagan. Recorro bibliotecas y librerías. Esperando a ver si las veo. Sé que tengo que aguardar. Con los ojos como platos. Dispuesto a saltar con los brazos abiertos, para que nada se escape.

Pero mucho me temo que éso hizo, escaparse. Se deshizo el final imaginado. Ése que esperaba con pavor. Los grandes sucesos, imagino, siempre son improvisados. Y es que, a mí se me escapan tantas cosas. (Aunque ya no sé bien si se me escapan o huyen de mí) Mi vida es demasiado líquida. Sí, líquida. Porque no es como un gas que se expande y lo llena todo, es más como algo que se derrama, lo empapa todo y luego se desvanece. Para siempre.

Y sigo leyendo. Ya no es placer. Ahora es desvarío impropio. Incluso he releído todo lo que devoré desde mi infancia. Creo que le han puesto mi nombre a alguna mesa de esas que suelo ocupar. Porque soy un acosador del tiempo. Del tiempo y de la palabra. Puedo concluir que he hecho de esto mi trabajo. Aunque haya aprendido demasiado.

Ya no creo en tu amor. Creo en el mío. Por eso busco las palabras que me devolverán (probablemente) lo que perdí. Agradezco comprender que los errores son cosa de la naturaleza. De la humana. Y que muchos perdieron su camino antes que yo. Pocos lo escribieron. Y los que lo hicieron no narran la senda de expiación.

¿Será ésta la mía? Peregrinaje literario.

lunes, 5 de octubre de 2009

Suicidio social (I)

Carta de suicidio,

Un lugar ideal para vivir es la playa. Esas zonas costeras en las que delante tienes el mar y a tu espalda queda la montaña. Éso sí es un buen lugar para comenzar una vida. Flora y fauna, toda la que quieras. Un ecosistema rico. Si lo que buscas es calidad de vida, allí tienes que ir. Y si elijes la costa mediterránea, mucho mejor. No sólo tienes la situación ideal, también el clima perfecto. Es muy probable que, tras crear mi vida sobre esta base, no me marche jamás. Sería absurdo. No hay sitio mejor. Me gustaría describir la vida aquí, en el pueblo de costa, pero mi capacidad inventiva últimamente ha mermado y forzarla sería demasiado forzoso. Aún así, no me privo de intentarlo.
Aquí, el mar es una gran laguna. Suele estar en calma y no hay otra cosa que ése intenso color azul-verdoso. Y el horizonte. De vez en cuando, el pacifismo del mar se ve enturbiado por enormes barcos de carga que van y vienen del puerto. O por algún piragüista o remero que quiere disfrutar de tanto azul. Mis días preferidos son los de sol, porque a mí me afecta mucho la luz. Si no hubiera estudiado biología creería que necesito hacer la fotosíntesis. A pesar de éso, mi color preferido es el gris, intenso. El de los días de tormenta. Que son pocos pero alivian. Los que son insoportables son los de llovizna, porque suelen venir acompañados de más días mojados. Y como ya he dicho, la luz me afecta. Es extraño que las plantas, necesitando luz, tengan mejor aspecto cuando no la hay. Pero claro, nuestros conceptos de iluminación óptima no son los mismos. Ni siquiera se parecen.
Pero, de todas maneras, quiero un velero. Ya no un yate. Con un velero me conformo. Imagínate. Todos esos días disfrutando de la libertad del agua. De una fuerza superior a la tuya. Con la que no puedes competir. A la que no puedes controlar. Y aún y así, no importa. No es Dios. Sólo es algo grande. Muy grande. Que tiene más fuerza que tú. Pero que no es ni omnipotente, ni bondadoso, ni furibundo, ni nada. Sólo es naturaleza. Muchos la consideraron diosa. Yo sólo natural. Las gentes de costa, antes, creían en diversos dioses. Como la mayoría de las antiguas civilizaciones. A veces me pregunto si el mundo moderno se fundó en ese cambio. En el del monoteísmo, la monogamia, la jerarquía social, el más fuerte. Porque habría sido mejor si hubiera sido el más listo, o el más bueno, o el más justo. Pero no. El más fuerte. Porque, aunque rehuimos de la naturaleza, hacemos como ella. Gana el fuerte, el débil muere o sale malherido, o desaparece sin dejar huella. Como el politeísmo. Ganó aquél que lo tuvo todo, todos los poderes, toda la fuerza. Ganó uno solo, sólo uno ganó. Y el mar triunfa tantas veces que es imposible no rendirse a él. Por eso quiero un velero. Para sentir que no tengo la fuerza.
Dicen que es un tanto freudiano que el poderoso busque perder su poder. Al menos eso indica que no soy avaricioso, –o que estoy traumatizado-. Puedo desprenderme de mi corona y seguir adelante. Quizás no sea más que mera ilusión. Quién sabe. Pero me gusta creer que es así. Sé que hay muchas cosas mucho más importantes que todo lo que tengo, que es mucho. No quiero dinero, no quiero frivolidad, no quiero éxito, no quiero reconocimiento ni fama. Quiero lo que la vida realmente es. Un intercambio de preguntas y respuestas. Eso es lo que yo quiero.

Dixit.

El rey.

sábado, 3 de octubre de 2009

Lo que preocupa de la aldea

Mi hijo pequeño es un ser noble. Tiene todas esas virtudes que desean las personas frívolas. Lo que mejor le describe es la eutropelia. Porque todo lo llena de templanza y honestidad. Sus momentos de ocio y todos los demás.

Sin embargo, a veces, no encuentra en los demás jóvenes el apoyo que necesitaría. La aldea, de vez en cuando, es un mundo demasiado cerrado. Por eso no termina de crecer. Por eso sigue siendo un joven. Pero tuvo la suerte de nacer el día de la Buena Estrella. La festividad de la Estrella Brillante. Lo que le ayudará en su futuro.

Aún así, a su madre y a mí, nos preocupa que, al no sentirse comprendido, no sea capaz de destruir su cobijadura. Es tan fácil amoldarse a los demás que al final puede resultar imposible ser uno mismo. Él chico no lo ve así. Pero si no sale a la luz, deturpará su personalidad.