miércoles, 8 de diciembre de 2010

Buenas noches, brújula.

He logrado recomponer alguna pieza, con pegamento, pues no encuentro superglú. Por acontecimientos tan intrascendentes como una lectura difícil y varias conversaciones interesantes. Y la fascinación que me produce la lucha entre lo místico que se escurre por todas partes y la dicotomía superficialidad-profundidad que juega al pilla-pilla con mi vida.

El mayor vicio es la superficialidad y el uso de demasiados adjetivos y comas. Y la fascinación que me lleva a preocuparme por los mismos temas de los que se preocuparon grandes personajes. Pero con demasiadas pretensiones, como siempre. Porque, desde luego, no está al alcance de todos el dolor del Dolor y lo eterno de la Eternidad.

Quién quiere alcanzar su plenitud vital sin llegar antes a la vejez. Yo sólo quiero bailar esta noche, contigo, si es posible. Y, si no lo es, me sirve cualquiera con un poco de conversación y la mirada gris de saber de qué va el mundo. Alguien que no quiera ver en mí lo que ves tú. Alguien que no me quiera, que no pueda. 

Y me acercaré a cualquier bar en el que toquen buena música. Y pediré la Ginebra que tengan con limón. Me habré puesto ese vestido que te gustaba. Y te retaré durante toda la noche, aunque no estés allí. Tomaré medidas insensatas y perderé la prudencia por el camino. Mi premeditación será metódica.

Y jamás sentiré remordimientos. Ni siquiera con un café de doble carga. Ni a la tarde siguiente. Todas las canciones serán canciones de otros. Y Nadie estará en mi vida.

Y no te pediré que vuelvas. Incluso utilizaré vocabulario malsonante mientras una sonrisa marca mi rostro. Madrugaré únicamente para desatar el lado oscuro de mí. Y pasaré todas las noches en vela leyendo El retrato de Dorian Grey, obviando la metáfora y la moraleja.

Me creeré genio y artista. Deificaré mi esencia y me olvidaré de todos. Romperé mi brújula.

Y daré las buenas noches y lo buenos días. También las gracias.