martes, 15 de noviembre de 2011

Tristeza

Sé que me cuesta hablar y ya sabes que no es por ti. No sé en qué extraño reducto de mi vida estoy escondida. Aunque quizás no lo hago y estoy aquí, al pie del cañón, día a día.

Hoy he pensado mucho. He pensado en todos esos amigos que siempre creí que estarían ahí y en los que me han fallado. He pensado también en todos los que siguen y que cada día me regalan mi vida. He pensado en que poco a poco voy recobrando la consciencia. Que cada minuto que pasa me acostumbro más a mí.

He pensado que llevo largo tiempo sin sufrir esa tristeza que solía atraparme y de la que no podía salir. La que he conocido este último año, sin embargo, me ha dejado bastante más desarmada que la primera. Sé que, en algún sentido, ha afectado a mis amistades. Me he vuelto menos habladora, más seria, quizás haya descubierto una entereza, una fortaleza que desconocía. También me he vuelto más sensata. Y mucho más sensible al dolor. También he apreciado con muchas más claridad a las magníficas personas que están en mi vida.

He pensado que amar es difícil. Requiere tiempo, esfuerzo y dedicación. Requiere generosidad. Si te tengo que ser sincera, siempre he pensado que soy mala persona. Y siempre lo había mirado desde una perspectiva. Ahora creo que sentirme mala persona me obliga a ser mejor. El dolor, muchas veces, nos hace apreciar lo positivo de la vida. Y amar lo es. Aunque, a veces, salga mal.

Hoy he leído, de un antiguo amigo que para desgracia de ambos, ya no está en mi vida, esto: Quisiera decirle a mi amiga que la vida, a pesar de todo, siempre triunfa. Que el dolor se aprende a escribir con una gramática más suave. Que los ausentes se convierten en recuerdos, y los recuerdos contienen lágrimas tiernas.

Hoy tengo un día triste, como tantos otros. Octubre llegó y pasó. Y ahora parece que reina la oscuridad. Cada día, sin embargo, noto matices distintos en todo lo que pienso. Ya no es todo tan negro y tengo los ojos puestos en el día en que será blanco, brillante. En el que la vida florecerá como un diamante. Me vuelvo impaciente. Deseo que llegue marzo.

He pensado que la tristeza ya no puede durar. Y menos esa esperanza del pasado. Cuando nos agota el dolor, nos convencemos de que lo que teníamos antes era felicidad, pero fuimos incapaces de sentirla, aunque la palpemos ahora. La memoria juega malas pasadas, los recuerdos siempre son más blandos, están ahuecados por el olvido. No los agobía la explosión del sentimiento.

He pensado que las palabras de amor siempre las comprendemos. Que el corazón está abierto a la alegría. La pena, en cambio, siempre parece ausente y hueca. Incluso la propia parece que llega a ti como obligada, impuesta. Y cuando esta allí, anida en el corazón y éste... se cierra para defenderse. Y se queda ahí, agazapada. Y cuando crees que vas a sentir algo bueno, ataca desde dentro y sin piedad, como si le fuera la vida en ello.

Últimamente te extraño. Sobre todo cuando le hago confesiones a la almohada y parece que se rinde al sueño. Te extraño mucho, demasiado. Tanto que las palabras también se esconden en algún rincón de mi garganta y no las puedo encontrar. Pero sé que estás ahí, como estoy yo para ti. Y cada día, aunque no quieras, me alegras la vida.
 

A todos mis amigos, a los que están cerca y a los que están lejos. Y a los que ya no están.

viernes, 28 de octubre de 2011

La carrera sin valores

Sonará extraño, pero a veces pienso que no me volveré a enamorar. De hecho, no imagino en mi vida a nadie, ni al pasado. Y tengo que decir que no vivo esperando a que llegue lo que perdí, de eso tuve mucho -bueno y malo-, y el pasado es pasado. Quiero que aparezca algo mejor. Y aún con todo, no imagino a nadie en mi vida por mucho, mucho tiempo.

Ayer alguien me dijo, entre copas, "tienes que vivir tu soltería". Y mi respuesta fue que ya la estaba viviendo. Pero aunque quiso decir "tienes que enrollarte con alguien", sólo contesté eso, que ya la estaba disfrutando.
 
No estoy triste, ya no. Todavía frustrada por haberme esforzado al máximo y no haber recibido a cambio lo que buscaba. Pero lo que sucedió me ha dado una nueva perspectiva. No pienso "te quiero, te necesito en mi vida!; y es un alivio. Pero veo las relaciones de forma mucho más clara. Veo que una relación es un acuerdo en la que ambas partes signan con confianza -más o menos ciega-, por amor, para no dejarlo morir, para hacerlo crecer (entre otras cosas, obviamente).  Y no me arrepiento de nada, gracias a Dios.
 
A raíz de la frasecita de "tienes que vivir tu soltería" me di cuenta de varias cosas... Haber vivido el amor me ha enseñado qué busco. No me veo con nadie, es cierto. Pero desde cuándo estar soltero implica rebajar las expresiones de amor a un hecho tan físico, vanal y frívolo como enrollarse con un desconocido. Desde cuando nos hemos convertido en eso... en un polvo en tú casa o en la mía.
 
Ya viene de lejos, no descubro la pólvora. Quizás encontré amor muy joven y duró hasta que me llegó la madurez. Y allí estoy. Descubro que soy adulta cuando todo lo que me rodea me dice que tengo que vivir mi soltería. Como si se tratara de una carrera, de un reto. De a ver quién llega antes. ¿A dónde? ¿A qué?

lunes, 17 de octubre de 2011

Confesiones V

Por la borda, de Quique González.

Esto es lo último que te escribo. Y no sé si lo leerás o no, es decisión tuya. Pero tenía que escribirlo, por ti, por mí y porque necesito que sepas que te he perdonado, pero también quiero que sepas la verdad.

El otro día pasé un rato leyéndome todos los emails que te he mandado y los que me respondiste. Y me di cuenta de que nunca has superado y ni siquiera has igualado mis expectativas. Le he dado muchas vueltas al amor y me di cuenta de que no me has querido de verdad. Me has necesitado y has pensado que me querías, pero cuando uno quiere, lucha por estar a la altura y nunca se rinde. Y si bien es cierto que cuando quieres, necesitas, no lo haces de la manera en la que lo has hecho tú.

He sido muy paciente, mucho. Vi tu potencial y creí en ti. Pero cada uno decide si exprimirlo o no; y yo no era la persona que podía sacarlo de ti. He pensado que te has llevado una parte importante de mí, mientras que yo no he sacado nada de ti. Aunque haya aprendido lo que significa amar a alguien. Pero ante todo, he aprendido que cuando uno quiere, intenta potenciar y sacar lo mejor de la otra persona. Lo he hecho. Me he preocupado por ti hasta la saciedad. Y me olvidé de mí por el camino, porque nunca lo tuve a cambio.

Te he querido de verdad, tanto… que hubiera renunciado a todos mis sueños por ti. Empecé por marcharme de un sitio en el que era feliz para volver a un lugar en el que no lo era. Y he ido en contra de mí misma. No supe ver el indicador de tu falta de amor. No ha sido una mala decisión, esa. La mala decisión fue no terminar lo nuestro cuando vi por primera vez que jamás podrías darme lo que yo buscaba, y eso sucedió tiempo atrás. Ahora me doy cuenta de que no sólo huía de mí, sino de lo que sospechaba: que llegaríamos a esto y que yo habría dado demasiado recibiendo a cambio promesas vacías. Y mucho, mucho dolor. Tristeza de ver que no supe verlo antes. Y que la mitad de mi autoestima y mi confianza se han ido contigo y que tardarán en volver. Tuve que verlo, pero no lo vi.

No, no puedes estar a la altura de mis expectativas. No puedes porque no has querido. Y estoy decepcionada contigo porque te largaste sin una explicación de por qué, sólo pusiste excusas (a mí y a ti mismo) y me acusaste de tirar la toalla. Me dejaste tomar decisiones por un <> que tú ya sabías que no existía. Y porque no me dejaste a tiempo, sino cuando te convino a ti. Y me parece muy egoísta y
bastante cobarde. Pero J., es que ni siquiera te guardo rencor por eso. No te puedo exprimir como una naranja para que saques de ti lo que no quieres dar, o lo que no hay. Y, a fin de cuentas, te conozco. Y no te puedo odiar por ser como eres. Pero sigo esperando respuestas.

Es una lástima. No hay nada en la vida que no requiera esfuerzo y lucha. Y esa es la pena. Que te has perdido lo mejor. Conocerás a una chica y sentirás lo que es amar a alguien, de verdad, pues sólo existe una clase de amor romántico. Ya verás. Y espero que pienses en mí, en lo que tuvimos y en los errores que cometiste. Porque por mucho daño que me hayas hecho, seré mucho más feliz de lo que puedo siquiera imaginar. Pero como también quiero que lo seas debes saber que recibir no lleva a nada y ser feliz sólo se consigue dando, dando y dando. Y así uno puede serlo y aprende a amar.

No me arrepiento de esto porque he sabido dar. Ya no me quedan palabras bonitas, indulgencias, ni agradecimientos. Te he culpado pero te perdono. Ahora me queda la realidad: saber que no vas a volver porque no sabes lo que te has perdido, porque no sabes que la mayor libertad y la única felicidad es la de amar. Y de que lo tenías Todo y quisiste las cosas equivocadas, tomando las decisiones equivocadas que
serán acertadas para ti.

En fin, supongo que podremos ser amigos. A fin de cuentas, la expresión de amor más desinteresada es la de la amistad. Y ya no te quiero como antes. El tiempo dirá.



viernes, 7 de octubre de 2011

Confesiones IV

Ya no sé. No entiendo nada de todo esto. No entiendo por qué siendo como soy, me siento así... ¿Cómo he llegado a esto? El otro día pensaba en qué momento me enamoré de él. Y no hubo un momento. De repente un día mi corazón ganó y me di cuenta de que estaba enamorada. Pero ¿cómo puede ser?

Muchas veces pienso que nunca lo estuve de verdad. Que le he querido mucho, con mucha intensidad. Pero que cuando conozca a esa persona que es para mí, miraré atrás y pensaré: no, no estuve enamorada, eso no era amor.

Soy una romántica. Quiero conocer a esa persona que se muera por mí. Esa persona de la que hablan tantas canciones de amor, tantos poemas y libros, tanto arte. Muchas vueltas se han dado al amor, la verdad. Y yo quiero conocer a ésa que, aunque cueste esfuerzo mantener la relación, ambos lo hagamos por ese fuego interno que quema todos los obstáculos. Quiero ser profundamente feliz. Y quiero que me mire y se le iluminen los ojos pensando la suerte que ha tenido encontrándome, que a mí me suceda la mismo. Quiero poder sentarme y mantener una conversación decente, de las de divagar -o de las otras-. Quiero que me haga reir. Quiero que cinco minutos conmigo merezcan la pena y que cualquier esfuerzo también la merezca, porque soy yo, en mayúsculas. Quiero que no se imagine una vida sin mí porque ese es su destino. Y quiero sentirme exactamente igual.

Quiero despertarme después de 30 años y ser igual de feliz, aún con todo. Y sé que todo es lo que pido, pero todo es lo que quiero. Yo quiero ser feliz, del todo. No a ratos, no entre llantos ni decepciones.

Y esto es lo que quiero y no he tenido. He tenido todo lo contrario. He tenido llantos y decepciones, discusiones y tristezas. Y precisamente porque es eso lo que quiero estoy tan sorprendida. No entiendo por qué me duele tanto y sigo esperando, en especial cuando sé que no me hubiera despertado tanto tiempo después sintiéndome feliz. Porque él no tenía las aptitudes ni la capacidad ni el empuje para lograrlo. Aunque lo intenté con todas mis fuerzas, de eso estoy más que segura.

Y ahora, 43 meses después, lo único que he merecido es que me dejara a través de mi mejor amigo -del mío, encima, ¡que tiene narices!-. Y no, no soy feliz. Y busco razones para entenderlo, porque nadie le va a querer como le he querido yo. Y me tengo que hacer a la idea de que quizá no las haya, de que quizás simplemente le ganó el cansancio y le quemó el esfuerzo. Eso, y no la llama del amor. Y todavía me comprendo menos cuando hago esto. En fin, debí saberlo cuando prefirió ser guapo y rico a ser feliz.


sábado, 1 de octubre de 2011

Confesiones III

Acaba de suceder. Aunque no sé qué ha pasado. Creo que nos hemos despedido. Es duro decirle a alguien a quien quieres que cada día le quieres menos. Y todas esas grandes diferencias se han hecho evidentes.
 
He estado tres años y medio con un chico y hoy no he sabido descrifrar sus expresiones. No he sabido descifrar siquiera sus palabras. Y todo el dolor que creía que había superado, quizás no lo haya hecho. Y no sé si he aprendido a reprimirlo, a mantenerlo oculto a fuerza de práctica o es algo que no puedo evitar y va a seguir ahí.
 
Sé que no es para siempre, el dolor. Pero pensaba que él era para siempre. Y me esforcé al máximo por ese sentimiento y esa promesa. Y ahora, cuando el dolor vuelve y las lágrimas se agolpan allí, en mi pecho, y mi corazón me pide más esperanza, ya no sé cómo manejar la situación. Mi cabeza me dice que se ha terminado pero lo otro me dice que no, que no me rinda, que no lo haga, porque siendo para siempre, para siempre no ha llegado.
 
Dicen que todos piensan que el primer amor es eterno. No iba a ser yo una excepción.
 
No sé qué pensar. La verdad. Sigo sin saber qué ha pasado.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Confesiones II

He decidido que ésta se va a convertir en una serie de interés -en cuanto a estar en la red- público, que interés no sé si tiene mucho. Pero voy a hacer como V. Catalá y usar la terapia de la escritura.

Después de llegar al fondo, una empieza a ascender levemente a la superfície. Ayer tuve un gran día. Me levanté, me puse el bikini y bajé con mi madre a la playa. Hizo un día espectacular y el mar, además de llano, estaba limpísimo. Qué bien van los espacios abiertos para apaciguar el dolor. Comimos fideos en un restaurante allí mismo, uno que solía ser chiringuito al que íbamos de pequeños, en el que mi madre estudió unas cuantas asignaturas de derecho mientras nosotros crecíamos, porque allí crecimos. Sobre las seis volvimos a casa y yo dediqué mi hora de la autocompasión a One Tree Hill (una serie pésima) pero resultó que ya no la vi como en los días anteriores.

Me duché y tras ello, de repente me di cuenta del buen día que había tenido. Que había estado contenta mucho más rato del que era habitual: 80-20 (el 80 de alegría) Y qué alegría me produjo eso. Por la noche hablé con el susodicho.

Sunsi tenía razón. Cuando algo se rompe, no siempre puede recomponerse. Cuando uno se ha dado por completo y no ha recibido sino malas palabras e indiferencia como respuesta, ¿qué más queda por hacer? Hoy me duele menos que anteayer, que ayer. Pero mañana será menos y un día, como dice anónimo, habrá sido un sueño. Y yo empiezo a sentir eso, que quedará nublado entre tantos otros sucesos de mi vida y sólo recordaré lo bueno.

Ayer hablé con él. (Y quiero hacer hincapié en que hablé yo, porque -como siempre- él no tenía mucho que decir) Y la conversación no me dolió. Me sorprendió eso. No llegó al punto de serme indiferente, pero no dolió. Hacia tiempo que no me escuchaba a mí misma. Y llevaba tanto tiempo oyéndole sólo a él que me parece increible que todavía quede mi voz. Estoy muy harta, harta de sentirme culpable, pensar que soy mala persona, creer que soy egoista, achacarlo todo a mis defectos, sentir que me rindo, intentar escuchar, lograr comprender, anteponerle a mí, olvidarme de mí, sentir que lo merezco.

Sobre todo de éso, de sentir que lo merezco; que merezco que me haga daño de esta manera: que pase de mí y pensar que es mi culpa; de perseguirle para no ser egoísta; de suplicar su amor y sentirme culpable; de culparme por que no me quiere como le quiero yo a él; de comprender que no me quiera porque no lo merezco; de cambiarme a mí misma para que pueda quererme; de aceptar todas sus demandas olvidándome de mí.

Pero eso no es amor. Yo he salido escaldada, con el corazón roto y mi yo destruido. Pero le sigo queriendo, todavía. Aún con todo. He aprendido a amar de la peor manera posible, pero también de la mejor. Tengo veintiún años y sé cómo es darlo todo por una persona. Otra vez tiene razón anónimo cuando dice que qué pena. Pero no me arrepiento. Creo firmemente que no ha sido en vano que me sucediera. La próxima vez amaré mejor, sin olvidarme de ese componente necesario en una relación, el individuo que da. Que es tan importante como el que recibe, porque ambos tienen la misma función desinteresada -y egoísta, en el fondo-. Y, con un poco de suerte, me sentiré amada. Y pudiendo ser imperfecto, será absolutamente perfecto. ¿No dicen tres mil poetas que no hay amor como el correspondido? 

He amado mucho. Y hoy estoy mejor.

Hoy he tenido un buen día también. Aunque sólo es mediodía. Esperemos que dure hasta mañana. Pero la luz brilla a mi alrededor. Además... Únicamente el loco fijo en su locura imagina que hace girar la rueda en la cual gira T.S. Eliot

lunes, 26 de septiembre de 2011

Confesiones

Quiero ser feliz, por encima de todo. Es algo que pareces no entender, pero no pasa nada. Ya no. Aunque en el fondo, aunque me atreva pocas veces a decirlo, si que pasa, porque yo quería ser feliz contigo, no sin ti.

Hace tiempo que estoy mal. Al principio era porque me sentí muy presionada para ser lo que tú decidiste que era una buena novia y después de entregarme completamente pensé que me había equivocado y huí, ese octubre, después de aquella pésima semana juntos.

Luego, todo empezó a funcionar mejor, nos queríamos, sí, nos queríamos. Y todas esas pequeñas cosas que no me gustaban las pasaba por alto. Me habían enseñado a elegir las batallas para ganar la guerra. Un día me desperté y vi que no había sido sabia en mi elección. Me agobiabas, otra vez, pidiendo, pidiendo y pidiendo más. La cosa tenía un futuro y yo no sabía como comprometerme, porque si no tenía claro absolutamente nada de mi vida... ¿cómo podía hacerlo en algo tan importante?

Pero, después de un fantástico viaje a Londres y de tomar esa decisión que no me liberaría, sino que me ataría más, vi lo absurdo que era tirar la toalla y me propuse mejorar, una de esas mañanas en las que uno se levanta y ve los errores con más claridad. Volví a ti y pensé que de nada servían las recriminaciones. a fin de cuentas, cuando uno toma decisiones, acepta el pasado para tomar al futuro de la mano sin acritud.

Tras ello, nos seguimos viendo, sin compromisos, claro. Hasta que después de derrumbarme -aquello que dicen emocional o psicológicamente- decidiste, por primera vez, que no merecía esfuerzo. Tras una llamada telefónica y una petición de amistad, se terminó. Otra vez. Esta vez me dejé llevar por el despecho, me sentí dolida. Y fue la primera vez que mi corazón ganó a mi razón. Aunque mirado con perspectiva, eso sucedió ya la primera vez, la primera que me decepcionaste y me sentí dolida, cuando éstabas cansado o lo que fuera en aquel momento.

Tras un mes sin respuesta, me pediste ayuda. Y yo no iba a dejarte tirado. Así que volví a caer. Y esta vez fue tan bien, tan bien... que tras año y medio no pude más. Cierto es que tres horas contigo me compensaban dos días sin saber nada de ti. O todas esas veces que te dolía la cabeza o estabas resfriado o cansado y no podías hacer el esfuerzo de quedar conmigo. Me compensaban tanto, que incluso me permitía hacer bromas acerca de ello. Y tras irme cada vez más lejos, a NY, ciudad de ciudades o a Madrid y tras mucho insistir no pudiste -no tuviste las suficientes ganas, o la suficiente iniciativa- para ir a verme, todas esas pequeñas decepciones me estallaron en la cara.

Ya no era una vez, sino varias, y la tristeza llenaba mis manos y se me caía de los ojos cada vez que no me cogías el telefono o que no atendías mis mensajes. Todas esas veces que el móvil se te quedaba perdido en cualquier rincón de tu casa y no te parecía necesario estar ahí para mí. Desde luego, no me estabas haciendo nada, ni me habías gritado, ni hablado mal, ni pegado. Y eso era lo peor, quizás. El que no me hubieras hecho nada, que no hubieras hecho nada.

Y así, tras explotar todo lo que había a mi alrededor, al derrumbarme del todo, otra vez no pude más y volvío a llegar esa decisión de octubre, de esa época en la que estoy más triste porque los días se acortan y las noches se alargan y comparto mi insomnio con el ordenador, la almohada o la televisión.

A ello siguieron los dos peores meses de mi vida. Dos meses en los que me parecía absurdo haberme destrozado el corazón cuando era evidente que me querías. Así que lo di todo. Organicé mi vida, crecí. y lo que no sabía era que eso venía de tiempo atrás, decisiones que había pospuesto y que era hora de tomar. Y por primera vez me sentía agusto, feliz con mi vida y conmigo misma. Volvimos.

Lo eras todo para mí y dejé que el corazón guiara mi vida. Lo di todo. Pero nunca pude haber imaginado que se podía dar demasiado. El amor, para mí, siempre ha sido generosidad. Así que, erróneamente, cedí a todo. A llevar lo nuestro en secreto durante diez meses. Me dije a mí misma que era normal, que yo te había hecho daño, que necesitabas tiempo para ver que lo nuestro iba a alguna parte. Soporté las críticas de tus amigos, cuando apelaban a mi locura y al daño que yo te había infligido. Sin dar a nadie explicaciones del porqué y permitiéndote que pensaras que todo era por mí. Qué tonta fui. Aguanté que negaras que estábamos juntos, que mintieras a todos. Que me pintaras como una chica obsesionada por ti. Cuando lo que hacías me dolía tanto... Y me preguntaba a mí misma ¿quién quiere estar con un tío que no quiere decir que está con alguien? ¿Quién quiere estar con un tío que miente a sus amigos?

Así que apelé a la comunicación y te escribí la carta más difícil que he escrito jamás. Te mostré mi corazón, lo que sentía, lo que me dolía. Y creí que la habías aceptado bien. Que lo habías entendido. y pasamos un mes bastante bueno. Una vez más empaticé contigo y decidí no presionarte, así que pasamos a quedar cuando a ti te apetecía. Sólo cuando te venía bien. Me olvidé de las veces que no me llamabas o que no me escribías ni un mensaje y lo hice yo, pensando que en las relaciones, a veces uno da más que el otro. Pero empezaste a no dar nada, puesto que cualquier cosa era un esfuerzo, incluso quedar conmigo. y me hiciste creer que debía sentirme agradecida.

Qué absurdo, ahora cuando lo pienso. Te perdoné pequeñas mentiras, como esa cena para la que diste el sí y luego no existía. Te perdoné promesas de vernos y que luego fueron excusadas por malentendidos -por los míos, por supuesto- O que vieras más a determinada gente que a mí, porque tenía que aceptar que yo era esa plan siempre seguro, siempre segundo, para cuando las cosas no te fueran bien. Te lo hubiera perdonado todo menos que le dijeras a alguien que estabas soltero, después de todos mis esfuerzos, y a alguien del que me llegaría el eco de tus palabras. Porque las malas excusas, como las pequeñas mentiras, acaban llegando a oídos nos deseados al vivir en una zona como la nuestra, en la que en la peor situación, alguien conoce a un amigo de esa persona con la que hablaste.

Te lo hubiera perdonado todo. Incluso que siempre me hicieras sentir la culpable, pues eso es siempre más fácil que pararse a pensar y ver que errores pudiste cometer o incluso que pudiste dejar de hacer o que pudiste hacer mejor.

Lo que más miedo te daba era que me acercara a ti, un día, y te dijera que había conocido a un hombre y que te había sido infiel. Hombres he conocido muchos, personas con las que hubiera encajado mil veces mejor, también. Y nunca he permitido a ninguno pensar que tenían una mínima posibilidad. Aunque potencialmente me podrían haber hecho mucho más feliz. Que no sé si hubiera sido difícil. Pero pensé en darte otra oportunidad. Esperé paciente a que me llamaras y me preguntaras si todo iba bien. Algo que no sucedió. Y todavía me culpas por no haber sido yo la que lo hiciera.

Y todos los poros de mi piel, todos mis nervios se preguntan en qué momento me olvidé de mí misma y sólo importaste tú. Y todavía me pregunto en qué momento me preocupé de tus varias selectividades, de tus exámenes, de tus asignaturas; de tus relaciones paternas y matenas; de si llamabas o dejabas de llamar a tus amigos; de tu salud: de si comías, no comías, si adelgazabas o te mantenías bien; de subirte la autoestima; de si alcanzabas tus metas, de si te ibas a Barcelona, de si entrabas en la universidad que querías, de tus horarios, de tu grupo; de si te ibas a piso y de con quién ibas a vivir; de si tenías todo lo que querías; de si te entendía, de si era una novia atenta, detallista, preocupada. De si lo estaba haciendo bien, atendiendo a todas tus necesidades, estando allí cuando me necesitabas. Por dios, me preocupé hasta de tus innumerables resfriados, de si ibas al médico, de si te hacían análisis y si tomabas vitaminas. Y de comprender todo lo que en cada momento te impedía estar cerca de mí. De todas esas preocupaciones de trabajo, salud y ocio que debía recordar que eran prioridad para ti.

Y mientras tanto, cualquier cosa que me sucediera podía esperar. Yo ya tenía amigos para contarles qué familiar había muerto, cómo me había ido en NY y en Madrid, si había ido al médico para que me miraran la espalda y qué tal me iba la fisioterápia. Cómo me habían ido las recuperaciones y si podía o no seguir en la UPF. Si había empezado bien la unversidad y de qué iban mis asignaturas, de si iba a tener mucho trabajo, de si me gustaba y me iba bien el subir y bajar. De si había conseguido que me matricularan o si seguía  ala espera. De si estaba buscando una habitación, pagada por mí, para el último trimestre con gente de mi uni para no gastarme un dineral en trenes y llevar una vida un poco más cómoda. De si la relación con mis padres iba bien, mejor que bien, y de lo que hacía entre semana. De si veía más a mis amigas, de que mi relación con ellas va mucho mejor y que sus amigos me han acogido como si fuera de toda la vida. De si por fin había vencido mi miedo por el dentista y me habían mirado la muela del juicio. O de si he ido a conciertos, me he comprado ropa o qué he hecho. De si ocupas el ochenta por ciento de mis pensamientos y ya no sé qué hacer.

Y ese día en qué por fin, maté mi orgullo y te llamé -dos veces- pidiéndote ayuda, encuentras que es el momento de hacerse el duro y de hablarme como si fuera esa persona molesta que se empeña en fastidiarte la existencia. Después de todo.

Cuatro intentos de solucionar las cosas y el peso sigue recayendo sobre mis hombros. Esa cruz que llevamos todos. No has querido escucharme. No has hecho caso a mis súplicas ni a mis llamadas de auxilio. Una relación la hacen dos. Me has visto llorar, desesperada, cuando no es algo que haga en público, ni contigo, ni con nadie, a no ser que esté al borde de precipicio. Me has llamado egoista y caprichosa. Me has acusado de tirar la toalla. Y tú, tú la has quemado.





miércoles, 7 de septiembre de 2011

Nostálgicas manías (I)

Y no era la primera vez que se topaba contra una pared, ni la primera que tenía que derribar  un muro; ni la primera, ni la última. Y esa mañana se levantó de la cama, con el sabor de una estación a punto de terminar y la sensación de que la vida le daba la espalda, de nuevo, para seguir otro camino. Y una vez más pensó que no había otro remedio que seguir avanzando por ese camino que sólo marcaban sus pasos, porque la existencia de un destino predeterminado era cada vez más dudosa.

Y si no era la última vez, tampoco había sido la primera, ni la segunda, ni la tercera. Pero ahora se daba cuenta y veía esa luz tan familiar al final del tunel. Veía un camino trazado a fuerza de algo, que tampoco se atrevía a calificar por miedo al fracaso. Fracaso era una de esas palabras que la despertaban por la noche, como el calor de un agosto pesado y húmedo que amenaza con no terminar.

Pero prefería fuego y nostalgia a cualquier frio sin tiempo. Era consciente, al menos, de que la nostalgia era otra forma literaria, otro recurso que daba forma y color a su vida. La suya, desde siempre, había estado llena de giros inesperados; de trampantojos, metonimias, metáforas, paradojas e ironías. de "nostalgias falsas de vidas más elementales y sencillas". De memorias de aquello y de lo otro. Pero, a fin de cuentas, sólo las vidas más tediosas tienen que excitarse con la aparición de sucesos contrahechos, que en cabezas ajenas siempre aparecen como algo digno de lo que hablar.

Si hubiera nacido un siglo antes no se hubiera prestado a las habladurías propias de la época. Pero hubiera vivido sumida en ellas de alguna manera u otra. Aunque el espectro de las perversiones humanas que tanto atraía a las masas y a la multitud hubieran sido, cuanto menos, inocentes en las sucesiones de acontecimientos de su juventud. Pero esa claridad meridiana con la que uno enfoca su vida cuando está en un pozo oscuro, no es precisamente la luz que otros ven cuando surge algo que da que hablar.

Al final, ella se había despertado en el siglo veintiuno, con el sabor de las estaciones que terminan y la sensación de que tenía que crear otra vida, otra vida y nada más. Que no era poco, pero era lo que siempre hay que hacer cuando te topas con un muro y las paredes se cierran a tu alrededor. Y eso es algo que ella sabía, que tenía bien claro: que la vida te da cuanto puedas recibir. Y que si no puedes salir por la puerta, siempre quedará una ventana, o un techo, una pared o un muro que derruir. O un túnel que excabar. O una mano venida de la nada, interesada o no. O una idea más o menos brillante, si no es una revelación o iluminación, que esas no se dan tan a la ligera.

Se había despertado y, una vez despierta, ya no había vuelta atrás. Pensó en ese despertar, en las maravillas de nuevas estaciones por venir, siempre distintas aunque cíclicas. En el reto que supone y en todos los planes que le quedaban por idear, meditar y poner en práctica. En las acciones..., en la importancia de llamarse acciones. En las acciones en sí. En la práctica de cualquier acción. En la práctica de ser ella misma, de llevar una vida práctica, de practicar para aprender, aprender para fracasar o para triunfar. Para triunfar... en su vida. Su vida, la suya: Su aprendizaje, su fracaso, su triunfo. Su vida. Ella.

Ella y sus nostálgicas manías. Su no-parar-de-pensar.

lunes, 30 de mayo de 2011

Por qué uno debe dejarlo todo y aceptar programas de movilidad

Ya no queda nada que decir porque... qué es lo que nos nos hayamos dicho -o escrito- ¿verdad? En última instancia, qué es lo que no hayamos intuído, de entre lo poco que quedó en el aire. Es algo que me ha encantado de nuestra relación-casi-de-pareja, por cierto. Y lo que te voy a echar de menos es indecible. No me imagino un año que viene sin ti, sin Madrid. Me arrepiento de marcharme, a pesar de lo que hubiera sido el año que viene. Pero así es la vida, es lo que toca hacer, ambas lo sabemos.

Sé que te lo vas a pasar estupendamente el año que viene. Por eso te pido que dejes de sufrir por lo que dejas atrás. Ya sabes que cada camino que tomamos nos acerca a la persona que debemos ser y marcharte y empezar en otra parte siempre es una aventura que merece la pena vivir. Pisa Milán con los brazos abiertos -o "abierta la mente", como dice mi madre- porque es probable que te depare lo que para mí ha sido todo este año. Hay tantas cosas con las que sorprenderse que es una pérdida de tiempo atarse a la nostalgia (y te lo dice una persona de talante nostálgico).

Sólo abre los ojos, para poder observar los detalles más pequeños, que amenudo aparentan ser los menos importantes. Despídete de lo que ha sido tu vida con una sonrisa y sigue tu camino, porque en ti queda lo que debe permanecer. La felicidad está en todas partes, ya lo sabes. Y si te cierras a ello, tendrás la sensación de que has dejado en stand by tu vida y que Milán sólo es una cuenta pendiente y, así, lo único que harías sería perdértelo todo, perderte lo mejor.

Así que: ¡adelante! Ha sido increíble haberte conocido, increíble con todos sus matices. Y sólo te deseo -que no es poco- que vivas lo mismo, sino más y mejor, que lo que he vivido yo.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Espejo

Hoy te he mirado a los ojos. Y allí donde pueden hablar de amor y de las delicias de sus frutos, no he visto nada. Quizás sean espejo de Eros, a veces, pero sólo me he visto a mí. .

El tiempo de paz ha sucumbido a antiguos rencores. Ha engullido palabras, frases y oraciones. Se ha llevado el viento toda retórica que pretendimos dejar en papel.  Y ahora me asfixian silencios que coleccioné cuando todavía eran algo.

No fue buena idea mirar el reloj. Como el giro de las manecillas pasa nuestra vida, el tiempo se extingue. Y, como siempre, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Ahora, sólo soy una escritora que no escribe. Apenas lectora.

Los libros huelen a olvido, ebrios de muerte. La muerte suena a fin y sin embargo sabe a vida. También son vida los libros. Y encerrados en una espiral de locura sólo hacemos que existir.

Si supiéramos la manipulación a la que estamos sometidos no podríamos soportarlo. Si fuera él, espejo, el dueño de mis ojos no podría verme en ellos. Pero, ¿acaso no ha sido así?

Hoy te he mirado a los ojos y no me he visto en ellos.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Es mejor viajar en coche a lugares lejanos

Comprendo tu misterio. Llegó ayer de madrugada. No demasiado tarde, pero nunca a tiempo. Siempre espero y nunca apareces. Silogismo ilógico. Soy un faro. Y cuando lo haces, la luz es ya el sol. Y equiparo tu forma de ser a mis pocos vicios. No parezco ser tu faro.

Y como alguien deseducado en protocolo, los incumples. Misantrópico, tú. Permanentemente, pero sin consciencia.

Si pertenezco a tierra y tengo mis ojos clavados en el horizonte, apasionada por el mar, consciente de cualquier cambio y de las pequeñas cosas que hacen de todo mi vida, tú eres la raíz más antigua sobre la Tierra. Incapaz de volar, de deshacerte de ataduras. Estás enterrado, abajo, muy profundo. Haciendo el pino. Alejado de las maravillas de lo que sustentas.

Al final será verdad y la simplicidad es la metafísica de tus obras. El camino más corto no siempre es el acertado. Es mejor viajar en coche a lugares lejanos.

Tu misión es adentrarte más, llegar al agujero del mundo. Pero allí no encontrarás la Verdad. La Verdad está en las luces. La Verdad es un guía en la vida. Y como casi todas las personas, tu no la persigues. Percibes el sol como algo necesario que provocaria destrucción si no existiera. Pero no es sólo fotosintético. Admito que tiene esa función, en parte, pero no seamos simples. La esencia es que no somos plantas. Y actuamos como si lo fuéramos. Como si únicamente debiéramos respirar y sintetizar.

Que no se te escape que hacer el pino acumula demasiada sangre en la cabeza, que nubla la vista y, por ende, la razón. Y que en algún momento deberás cambiar el sentido de tu verticalidad. Y cuando suceda, no quieras volver a ese anterior estado que te parece natural. Pues lo natural no es lo conocido y cómodo, sino el eterno flujo hacia la felicidad.

lunes, 7 de febrero de 2011

And so it is

And so it is. Ésta es la frase de mis últimos días. El otro día tuve una conversación sobre literatura automática. Lo que me llevo a un par de cócteles y a pensar el pensamiento. Y a pensar en Wittgenstein. y en todo lo que he aprendido. Y en todo lo que voy a dejar atrás. Y en lo fantástico de las decisiones. Y también mis últimos días han dado más de contextos que de caminos al andar. ¿Es azar o destino? ¿Es pensamiento o Dios? ¿Son ellos?

Sí, lo son. And so it is.

No hay amor, ni gloria, ni héroes en el cielo.

Pienso mucho en el mar. Que no se ve en este rincón del mundo. Hay un lugar para mí, y si hay uno hay miles. A muchas personas un vaso de cualquier alcohol les proporciona claridad. A mí no me la da ni la más clara de las destilaciones. La cárcel no estaba en el cuerpo, sino en el pensamiento. En la vida. Cárcel de tantas. Cancelación imposible. Impostación de mí. Histriónica existencia.

Me he atado a todo. Pero sobretodo a ti.

Hasta qué punto puede uno estar avergonzado de sí mismo. Y hasta qué punto merecemos algún tipo de salvación. Los ciclos se repiten. Lo que sucede hoy sucedió hace tiempo. No somos creadores de nada. Lo único que avanza es la tecnología y ni siquiera acaba de ser positiva. No hay posible superación. Sólo hay nada.

Y qué es el ser si el ser es nada. Atrapamos balas con los dientes y nos sentimos hechizados por lo malo del mundo. La belleza no hace mella en nada. La admiramos y la desechamos al mismo tiempo. Y esperamos algo mejor, sin dar un duro por ello.

And so it is. Pesimismo. Ojo por ojo. Él tenía razón. Acabaremos ciegos. Vemos colores y formas, sin vista. Pensamos como zapatos. Creemos en Dios. Atrapados por un agujero negro que crea una realidad irreal, matizada bajo nuestra percepción selectiva. Nuestros gustos dan dimensión a todo. Nuestra memoria crea hermosas cosas que no las vería un microscopio. Qué nos falta. QUÉ. Más secretos no.

Y nada funciona. Estamos aquí, ciegos, sordos, sin tacto u olfato. Y mudos. Rezando a un Dios en el que no creemos. Sin recordar nada. Sin preveer nada. Haciendo nada. Siendo nada. Haciendo de todo lo que creemos grandes mentiras, secretos inconfesables.

And so it is. Qué dulce vida. Interminable en esta espiral. Mucho más luminosa de lo que deberia. Bendita ignorancia. Somos estúpidos.

AND SO IT IS.