viernes, 7 de octubre de 2011

Confesiones IV

Ya no sé. No entiendo nada de todo esto. No entiendo por qué siendo como soy, me siento así... ¿Cómo he llegado a esto? El otro día pensaba en qué momento me enamoré de él. Y no hubo un momento. De repente un día mi corazón ganó y me di cuenta de que estaba enamorada. Pero ¿cómo puede ser?

Muchas veces pienso que nunca lo estuve de verdad. Que le he querido mucho, con mucha intensidad. Pero que cuando conozca a esa persona que es para mí, miraré atrás y pensaré: no, no estuve enamorada, eso no era amor.

Soy una romántica. Quiero conocer a esa persona que se muera por mí. Esa persona de la que hablan tantas canciones de amor, tantos poemas y libros, tanto arte. Muchas vueltas se han dado al amor, la verdad. Y yo quiero conocer a ésa que, aunque cueste esfuerzo mantener la relación, ambos lo hagamos por ese fuego interno que quema todos los obstáculos. Quiero ser profundamente feliz. Y quiero que me mire y se le iluminen los ojos pensando la suerte que ha tenido encontrándome, que a mí me suceda la mismo. Quiero poder sentarme y mantener una conversación decente, de las de divagar -o de las otras-. Quiero que me haga reir. Quiero que cinco minutos conmigo merezcan la pena y que cualquier esfuerzo también la merezca, porque soy yo, en mayúsculas. Quiero que no se imagine una vida sin mí porque ese es su destino. Y quiero sentirme exactamente igual.

Quiero despertarme después de 30 años y ser igual de feliz, aún con todo. Y sé que todo es lo que pido, pero todo es lo que quiero. Yo quiero ser feliz, del todo. No a ratos, no entre llantos ni decepciones.

Y esto es lo que quiero y no he tenido. He tenido todo lo contrario. He tenido llantos y decepciones, discusiones y tristezas. Y precisamente porque es eso lo que quiero estoy tan sorprendida. No entiendo por qué me duele tanto y sigo esperando, en especial cuando sé que no me hubiera despertado tanto tiempo después sintiéndome feliz. Porque él no tenía las aptitudes ni la capacidad ni el empuje para lograrlo. Aunque lo intenté con todas mis fuerzas, de eso estoy más que segura.

Y ahora, 43 meses después, lo único que he merecido es que me dejara a través de mi mejor amigo -del mío, encima, ¡que tiene narices!-. Y no, no soy feliz. Y busco razones para entenderlo, porque nadie le va a querer como le he querido yo. Y me tengo que hacer a la idea de que quizá no las haya, de que quizás simplemente le ganó el cansancio y le quemó el esfuerzo. Eso, y no la llama del amor. Y todavía me comprendo menos cuando hago esto. En fin, debí saberlo cuando prefirió ser guapo y rico a ser feliz.


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