Sé que me cuesta hablar y ya sabes que no es por ti. No sé en qué extraño reducto de mi vida estoy escondida. Aunque quizás no lo hago y estoy aquí, al pie del cañón, día a día.
Hoy he pensado mucho. He pensado en todos esos amigos que siempre creí que estarían ahí y en los que me han fallado. He pensado también en todos los que siguen y que cada día me regalan mi vida. He pensado en que poco a poco voy recobrando la consciencia. Que cada minuto que pasa me acostumbro más a mí.
He pensado que llevo largo tiempo sin sufrir esa tristeza que solía atraparme y de la que no podía salir. La que he conocido este último año, sin embargo, me ha dejado bastante más desarmada que la primera. Sé que, en algún sentido, ha afectado a mis amistades. Me he vuelto menos habladora, más seria, quizás haya descubierto una entereza, una fortaleza que desconocía. También me he vuelto más sensata. Y mucho más sensible al dolor. También he apreciado con muchas más claridad a las magníficas personas que están en mi vida.
He pensado que amar es difícil. Requiere tiempo, esfuerzo y dedicación. Requiere generosidad. Si te tengo que ser sincera, siempre he pensado que soy mala persona. Y siempre lo había mirado desde una perspectiva. Ahora creo que sentirme mala persona me obliga a ser mejor. El dolor, muchas veces, nos hace apreciar lo positivo de la vida. Y amar lo es. Aunque, a veces, salga mal.
Hoy he leído, de un antiguo amigo que para desgracia de ambos, ya no está en mi vida, esto: Quisiera decirle a mi amiga que la vida, a pesar de todo, siempre triunfa. Que el dolor se aprende a escribir con una gramática más suave. Que los ausentes se convierten en recuerdos, y los recuerdos contienen lágrimas tiernas.
Hoy tengo un día triste, como tantos otros. Octubre llegó y pasó. Y ahora parece que reina la oscuridad. Cada día, sin embargo, noto matices distintos en todo lo que pienso. Ya no es todo tan negro y tengo los ojos puestos en el día en que será blanco, brillante. En el que la vida florecerá como un diamante. Me vuelvo impaciente. Deseo que llegue marzo.
He pensado que la tristeza ya no puede durar. Y menos esa esperanza del pasado. Cuando nos agota el dolor, nos convencemos de que lo que teníamos antes era felicidad, pero fuimos incapaces de sentirla, aunque la palpemos ahora. La memoria juega malas pasadas, los recuerdos siempre son más blandos, están ahuecados por el olvido. No los agobía la explosión del sentimiento.
He pensado que las palabras de amor siempre las comprendemos. Que el corazón está abierto a la alegría. La pena, en cambio, siempre parece ausente y hueca. Incluso la propia parece que llega a ti como obligada, impuesta. Y cuando esta allí, anida en el corazón y éste... se cierra para defenderse. Y se queda ahí, agazapada. Y cuando crees que vas a sentir algo bueno, ataca desde dentro y sin piedad, como si le fuera la vida en ello.
Últimamente te extraño. Sobre todo cuando le hago confesiones a la almohada y parece que se rinde al sueño. Te extraño mucho, demasiado. Tanto que las palabras también se esconden en algún rincón de mi garganta y no las puedo encontrar. Pero sé que estás ahí, como estoy yo para ti. Y cada día, aunque no quieras, me alegras la vida.
A todos mis amigos, a los que están cerca y a los que están lejos. Y a los que ya no están.