Ya he llegado. Contenta de haber ido, menos de haber vuelto. Con un sentimiento nuevo y algunas certezas en la maleta. Una que al volver estaba tan llena que costó cerrar.
Allí todo era naturaleza, apogeo de vida; trabajo, agua, sol y soledad. De la buena. De la de "me da igual usar letrinas y comer mal, dormir poco y trabajar más", de la de "me siento útil, me gusta mi trabajo y merece la pena el esfuerzo". De la de "por fin puedo escucharme a mí misma y aprender quien soy", de la de "soy paciente y acepto las dificultades, soy fuerte y lo puedo ser más. Soy ignorante y puedo dejar de serlo".
Dos meses dan para mucho. Dos meses puede ser una vida. Renovada y con la maleta llena me marcho a Madrid. Con la esperanza de necesitar dos al volver. O de vaciarla de contenido innecesario.
He aprendido algo estos dos meses. Quizás no grandes cosas. Me he aprendido a mí.