miércoles, 20 de enero de 2010

Todo dice basta

Mi cabeza ha dicho basta. Entre desamores que son amores, amistades enemistadas, solidaridad de palabra y fiebrecilla constante, mi cabeza ha dicho basta y no quiere oír ni una palabra más. Ahora sólo puedo dedicarme unas palabras, aunque claro, la musa está en las musarañas y lidiamos con lo que podemos, tanto ella como yo.


Sin embargo, no es una broma. De tanta psicología inversa, directa, de a derechas y del revés, mi cerebro no procesa, mis ojos no ven y mis amados oídos no oyen palabras. Y que pesadez ser sorda. Cuando una dice en urgencias que va porque no oye, enfermeros, asistentes y médicos se obcecan en hablar como si no sucediera nada. Incluso pronuncian lento, por si la gracia de dios te ha proporcionado –milagrosamente- el saber de leer los labios.

Al final sales de allí como si nada. Dos horas de espera para que te insten a visitar un otorrino, al que no puedes llamar porque los oídos siguen negándose a mostrarte qué grita el mundo. Entre tanto, me he encontrado con familiares –también en la salita- he visitado a mi jefe y he ido en busca de un tren. A las primeras no las oía, al segundo tampoco y al tercero, suerte que estaba en la ciudad condal y que tienen pantallas, porque si llego a estar en Altafulla me subo al primer tren que pasa y hago realidad el sueño de mi madre: salir de Cat. y ver todo ese mundillo que se nos escapa aquí.

Aunque os digo una cosa: si me toca “el-campamento-americano-especializado-en-integrar-socialmente-a-niños-con-problemas-de-oído” me apunto y no vuelvo. Que ya no sé si es el servicio o la sociedad, pero de tanto pensarlo mi cabeza ha dicho basta y me ha dejado sorda. Sorda, con fiebre, enamorada, enemistada y con ganas de salir del reino catalán. Y no sólo de irme, sino de irme a las Américas.