Comprendo tu misterio. Llegó ayer de madrugada. No demasiado tarde, pero nunca a tiempo. Siempre espero y nunca apareces. Silogismo ilógico. Soy un faro. Y cuando lo haces, la luz es ya el sol. Y equiparo tu forma de ser a mis pocos vicios. No parezco ser tu faro.
Y como alguien deseducado en protocolo, los incumples. Misantrópico, tú. Permanentemente, pero sin consciencia.
Si pertenezco a tierra y tengo mis ojos clavados en el horizonte, apasionada por el mar, consciente de cualquier cambio y de las pequeñas cosas que hacen de todo mi vida, tú eres la raíz más antigua sobre la Tierra. Incapaz de volar, de deshacerte de ataduras. Estás enterrado, abajo, muy profundo. Haciendo el pino. Alejado de las maravillas de lo que sustentas.
Al final será verdad y la simplicidad es la metafísica de tus obras. El camino más corto no siempre es el acertado. Es mejor viajar en coche a lugares lejanos.
Tu misión es adentrarte más, llegar al agujero del mundo. Pero allí no encontrarás la Verdad. La Verdad está en las luces. La Verdad es un guía en la vida. Y como casi todas las personas, tu no la persigues. Percibes el sol como algo necesario que provocaria destrucción si no existiera. Pero no es sólo fotosintético. Admito que tiene esa función, en parte, pero no seamos simples. La esencia es que no somos plantas. Y actuamos como si lo fuéramos. Como si únicamente debiéramos respirar y sintetizar.
Que no se te escape que hacer el pino acumula demasiada sangre en la cabeza, que nubla la vista y, por ende, la razón. Y que en algún momento deberás cambiar el sentido de tu verticalidad. Y cuando suceda, no quieras volver a ese anterior estado que te parece natural. Pues lo natural no es lo conocido y cómodo, sino el eterno flujo hacia la felicidad.