Estaba allí sentada la señorita Batinell. Hacía poco que se había levantado y, envuelta en su bata, desayunaba a la mesa café y tostadas, con mucho menos glamour de lo que le gustaría. Sobre la mesa, a su derecha, tenía abierto el Mcbook y a su izquierda el Iphone. Desayunaba mientras pensaba qué se iba a poner. Ese vestido con esos magníficos zapatos. El bolso, el pañuelo, el abrigo, las joyas. Un conjunto perfecto para ese día perfecto. Tras leer la versión online del periódico se ducha, se viste, se maquilla. Se perfuma también. Ya está perfecta para salir de casa.
Coge un taxi y llega a la universidad. Entra en clase, saca el Ipad y entra en facebook. Luego twiter. El correo, el personal y el de la uni. Van llegando amigos y compañeros. Llega el profesor. Comienza a tomar apuntes. Descanso. Apuntes. A veces come en casa pero generalmente lo hace en restaurantes. Tiene muchos amigos que se lo pueden permitir. No le van los pobres.
Puestos a elegir, no le van ni los pobres, ni los feos, ni los poco educados, ni los que no tengan nociones de protocolo, o los que no combinan bien, o los que padezcan de sobrepeso, o los que no sean los más listos de su calle. Entre una larga lista de peros.
Tras el restaurante vuelve a casa para cambiarse de ropa; el conjunto de mañana cambia por el de tarde, si ha quedado. Y éste se sustituye por el de noche. Normalmente tiene una cena a la que asistir, o una fiesta, o ambas. Está muy solicitada. Porque es guapa, rica, viste bien, mantiene buenas relaciones, y es, en general, la mas de-todo de su calle. Bueno, no de su calle. De la zona, de la ciudad, casi del planeta.
Y eso es en lo que emplea la mayoría de su tiempo. En aparecer. Quizás también en aparentar, aunque ni siquiera sea capaz de admitirlo.
A veces, tras haber quedado para comer e ir de compras, llega a casa y tiene un minuto de silencio en el que sólo está ella misma. Y entonces, tras colocarlo todo en su sitio y observar que su piso está ordenado, impoluto, se da cuenta de que no está tan encantada de haberse conocido. Pero ahoga cualquier introspección, si es reprobatoria, planeando el siguiente conjunto, la siguiente compra, o viaje, o cena, o proyecto que no alcanzará a satisfacerla. Demasiadas veces se permite culpar a otro, a cualquiera que no sea ésa que le devuelve la mirada a través del espejo.
A medida que crece se hace más preguntas acerca de su verdadera forma de ser. Pero con la misma rapidez con la que envejece responde a esos interrogantes con mayor prontitud, ahogándolos en promesas vacías.
A fin de cuentas, la señorita Batinel no está echa para esas reflexiones. No es que toda su vida sea estar magnífica ante los demás y ante ella misma. También tiene sus puntos profundos. Pero todavía es joven. Y le toca disfrutar de la exhuberancia de esa época dorada que siempre termina. Tarde o temprano. Y en nuestros días, aunque se acentúe la cualidad de efímero, se compra barato el tiempo, aunque se pague caro.