Despertó creyendo que sería un día especial. Se levantó de la cama, pero esta vez no lo hizo con desgana. No sintió el cuerpo pesado ni la cabeza entre brumas. Dispuesta a todo, se vistió con el propósito de destacar entre los demás. Estaba decidida a que, nunca más, nadie le quitaría el protagonismo que le correspondía.
Entró en el aula con paso sereno. Ya no le daba miedo la clase: la gente ya no representaba una amenaza para ella. De pronto, se sentía indestructible. Los compañeros que siempre la habían despreciado fijaron sus ojos en ella, atentos, pero lo cierto es que no tuvieron coraje para mirarle a la cara. Todos se percataron de que ese día las cosas eran diferentes.
Reinó el silencio durante un breve instante que ella aprovechó para saborear la vida. Entró el tutor, que también la había mirado con desprecio. Ella vio secuencias de su vida, las sintió como si volvieran a ocurrir. El profesor pasó a su lado y ordenó a los alumnos que ocuparan sus asientos. Ella hizo caso omiso, subió a la tarima y comenzó a hablar:
-Vosotros, gente sin corazón, decidisteis ser lo que no debiáis. Optasteis por el desprecio hacia aquellos más débiles, hacia los menos afortunados, como yo. Con o sin palabras, deliberadamente, maltratáis a la gente que no pretende molestar a nadie, os entrometétis en vidas ajenas con el único propósito de hacer daño. Usáis la lengua para criticar a amigos y enemigos, os valéis de gestos y silencios para torturarnos. Pero llegó la hora de una venganza justa.
Lentamente introdujo su mano frágil y blanquecina en la mochila escolar y sacó un instrumento metálico que provocó gritos entre la treintena de adolescentes. Apuntó con el arma al alumno más cercano y vio en él la misma mirada que, tiempo atrás, había marcado su rostro, caracterizando sus facciones. Leyó el miedo en la multitud y cambio de idea. Con gesto sereno acercó el brillante metal a su sien derecha y, antes de apretar el gatillo, miró a los compañeros con los que había vivido los peores momentos de su vida. Con semblante frío, dirigió su rostro hacia el profesor y le preguntó:
-¿Cree usted que llegarán a ser mejores chicos?
¡Bang!
Silencio, expectación. Suaves murmullos comienzan a llenar el patio de butacas. Salen los actores, serios. Son alumnos de tercero y cuarto de ESO. Nadie aplaude, sólo observan y recapacitan. Después asienten, poco a poco, y comienzan a sonreír. Los aplausos son siendo atronadores.
Entró en el aula con paso sereno. Ya no le daba miedo la clase: la gente ya no representaba una amenaza para ella. De pronto, se sentía indestructible. Los compañeros que siempre la habían despreciado fijaron sus ojos en ella, atentos, pero lo cierto es que no tuvieron coraje para mirarle a la cara. Todos se percataron de que ese día las cosas eran diferentes.
Reinó el silencio durante un breve instante que ella aprovechó para saborear la vida. Entró el tutor, que también la había mirado con desprecio. Ella vio secuencias de su vida, las sintió como si volvieran a ocurrir. El profesor pasó a su lado y ordenó a los alumnos que ocuparan sus asientos. Ella hizo caso omiso, subió a la tarima y comenzó a hablar:
-Vosotros, gente sin corazón, decidisteis ser lo que no debiáis. Optasteis por el desprecio hacia aquellos más débiles, hacia los menos afortunados, como yo. Con o sin palabras, deliberadamente, maltratáis a la gente que no pretende molestar a nadie, os entrometétis en vidas ajenas con el único propósito de hacer daño. Usáis la lengua para criticar a amigos y enemigos, os valéis de gestos y silencios para torturarnos. Pero llegó la hora de una venganza justa.
Lentamente introdujo su mano frágil y blanquecina en la mochila escolar y sacó un instrumento metálico que provocó gritos entre la treintena de adolescentes. Apuntó con el arma al alumno más cercano y vio en él la misma mirada que, tiempo atrás, había marcado su rostro, caracterizando sus facciones. Leyó el miedo en la multitud y cambio de idea. Con gesto sereno acercó el brillante metal a su sien derecha y, antes de apretar el gatillo, miró a los compañeros con los que había vivido los peores momentos de su vida. Con semblante frío, dirigió su rostro hacia el profesor y le preguntó:
-¿Cree usted que llegarán a ser mejores chicos?
¡Bang!
Silencio, expectación. Suaves murmullos comienzan a llenar el patio de butacas. Salen los actores, serios. Son alumnos de tercero y cuarto de ESO. Nadie aplaude, sólo observan y recapacitan. Después asienten, poco a poco, y comienzan a sonreír. Los aplausos son siendo atronadores.