domingo, 1 de noviembre de 2009

Las dos miradas (I)

Nos encontramos en una habitación azul-aguamarina. Es bastante grande aunque de aspecto sucio y descolorido. Hay una inmensa ventana que llena la totalidad de una pared. Al otro lado del ventanal hay una cama de sábanas blancas y desorganizadas. De hierro macizo y aparentemente muy pesada. Al lado de la cama hay un escritorio y una silla. Ambos de metal también. El armario está en frente, justo al lado de la puerta y está cerrado con llave. Me sorprende que todo en el cuarto esté atornillado al suelo, pero a ti no parece importunarte.

Cuando te conocí me maravilló tu falta de presencia. Esa sensación que dabas de estar sin estar en un lugar. De que tu cabeza vagaba por la inmensidad del universo, contando estrellas o barajando posibilidades. Eras de un perfeccionismo casi inhumano. Y te juzgabas con tanta dureza que parecía que odiaras la autocontemplación. Yo provenía de una familia demasiado rica, demasiado interesante, demasiado atrayente y demasiado influente. Y odiaba esa necesedad de oir alabanzas cada pocos minutos. Salíamos y eras mi  diosa, siempre más divina que humana. Un distanciamiento elevado, de intelectualismo forzado procedente de los pensamientos terribles y aleatorios que todo sujeto pensante tiene y que pocos expresan.

Todo fue tan fortuito que incluso tus pensamientos cobraron una suerte de realidad. ¿Verdad? Y siempre habías sido un poco seria, pero no tardaste en ser una persona triste. De los pocos amigos que no consiguieron  vencer tu distanciamiento comprendieron su significado, y se cansaron de incluir en ti algún pensamiento iluminado. Iluminado por la luz, por la alegría que ya no tenías. Todo se había convertido en oscura desesperanza. Pronto comenzaste a proferir breves murmullos. Cuando no dormías, dormías demasiado. Y en las pocas palabras que articulabas oíamos la imperante necesidad que tenías de estar sola y la culpabilidad que sentías por todo lo que te sucedía. Me decías que luchabas en una guerra que no ibas a ganar y que yo figuraba en ella y también perdería, por eso tenía que marcharme.

No recuerdo cuál fue el instante que lo cambió todo. Qué cambió nuestra cálida habitación dorada por el frío aguamarina. Cuándo substituyó tu perfeccionismo a tu clara ansiedad por la perfección. Cuando todo se volvió tristeza y miedo por la tristeza y certeza de tristeza. Siempre eterna, como tus pensamientos. Siempre presente, como tus ansiedades. Siempre he sospechado que la absurda magia de la que te hice portadora era una enfermedad que no te regalé yo. Aunque es probable que la propiciase. Y qué duro se nos hace. La consciencia es un dolor perturbador, ¿verdad?. Aunque para ti suponga también un poco de apatismo.

He leído en algún lugar, pequeña, que no siempre estarás así. Que aunque tú veas un mundo negro éste no pierde su luz. Que sólo en el juicio final se apagará el faro del sol, o de la luna, y nos sumergiremos en la oscuridad que imaginas. Porque en parte es imaginada. Por eso me cuesta compartirla, porque quizá la atisbo, pero no me corroe la piel, ni el alma. Pero sé que piensas que no te comprendo. me dicen que a veces lo repites como una letanía. Y que hablas de la muerte, que es casi tu tema central. También me dicen que ni duermes, ni comes, ni apuestas por la medicación. Y me extraña, ya que estudiaste medicina. Tú sabes mejor que nadie que es un desequilibrio del cuerpo, también. Y tu fatiga constante debería darte datos lógicos, racionales. Aunque me cuentan que ya ni escribes, ni lees, que te cuesta mantenerte quieta.

Sin embargo, ahora, en esta habitación extraña, estás sentada, en el borde de la cama. Te incorporaste al verme entrar. Pero no has proferido discurso alguno. Llevamos aquí dos horas y sólo he hablado yo. Te he ofrecido salir a pasear. Tenemos la playa al lado. Pero me constestas con monosílabos. Sé que estás enfadada conmigo. Pero saldremos de esta. Vayamos a pasear, Laura, de verdad. Salgamos al sol. Sólo quiero que sientas la luz ya que no la ves. Te invito a hundir tus delgados pies en la arena y, quizás también en el agua. Me han informado de que éso te viene muy bien. Hazme este regalo, cielo, regálame tiempo, dame esperanza.

9 comentarios:

  1. Cuanta pasión, tristeza y dolor hay en tus palabras ... Enhorabuena por esta genial entrada. Te iré siguiendo por esta serie de "Las dos miradas"

    Abrazos hispalenses

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  2. Qué escalofrío ver mi nombre, cielo.

    "Cuando te conocí me maravilló tu falta de presencia. Esa sensación que dabas de estar sin estar en un lugar. De que tu cabeza vagaba por la inmensidad del universo, contando estrellas o barajando posibilidades."

    Me ha encantado. El párrafo (que no parágrafo) en general, para ser más exacta.

    Un beso cari.

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  3. Laura, corazón, el nombre también ha sido aleatorio. Aunque tengo que confesar que al releer ese párrafo he pensado en ti. Al parecer se me han pegado ciertas cosas, como la obsesión por las posibilidades.

    Un beso*

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  4. Será un placer, Antonio. Hago lo que puedo con las palabras pero prometo que en un tiempo breve escribiré algo alegre. Es más difícil. (No sé por qué)

    Un saludo

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  5. "Cuando todo se volvió tristeza y miedo por la tristeza y certeza de tristeza"...
    Espero la otra mirada, "contando estrellas o barajando posibilidades"
    Hay frases que calan y duelen...espero que no te arrastren.

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  6. ME PARECE MUY BONITA LA PUBLICACIÓN DE LAS DOS MIRADAS I. ES PRECIOSA Y EN FIN NO TENGO PALABRAS PARA PLASMAR EN MI COMENTARIO LO MUCHO QUE ME HA EMOCIONADO. GRACIAS POR ESCRIBIR TAN BEIN! UN BESO PEQUEÑA!

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  7. Lolo, gracias de nuevo. Tienes una gran capacidad para entender el objetivo del escritor. Lo admiro.

    La otra mirada llegará. Tengo que pensar primero.

    un beso

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  8. Jesús, gracias corazón. Eres un cielo. jaja mua*

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