Veinte metros de agua sobre mí. La corriente me lleva. Apenas llega la luz y los ojos ya no se mantienen abiertos. Lloran. El fondo del mar es oscuro. Nada tiene que ver con los documentales. No hay luz, ni peces de colores. Nada es hermoso. Cuando estás a veinte metros de la superficie del mar se hace patente cuan efímera es la vida. Poco queda y nada puedo hacer para salir.
Sepultada caigo en que el oceáno no sigue las propiedades de los líquidos y que mi cuerpo sólo obedece a la gravedad. Se posa sobre mí como algo ineludible y por mucho que luche en su contra nada consigo. Y entonces quiero ser aire, aire. Y de repente el ser acuario cobra importancia para mí.
Quién quisiera vivir en la libertad de ese cielo. Surcar los aires, notar el tacto inefable de las nubes. Embriagarse de oxígeno, nitrógeno, hidrógeno, dióxido de carbono y algún que otro gas noble. Saborear cada uno de sus componentes. Qué sabor debe tener. Creo que es como un pastelito de limón: dulce y ácido en una proporción casi equiparable.
Volar, qué bonito debe ser. Si al final no existiera Dios me gustaría reencarnarme -si Buda tenía razón. Me gustaría ser águila. Llegan alto y son tan elegantes. Si el león es el rey de la selva (o de la sabana), el águila, sin duda, es la reina del cielo. O la diosa. Sólo debe volar, sin interrupciones. Con el único fin de vivir. Sin rendir cuentas, sin dar explicaciones. Sólo sobrevivir.
Pero me perdería tantos placeres... quizás sería mejor ser persona. Tiene tantas posibilidades el ser humano. Crearse a sí mismo, la más grandiosa. Es un pequeño dios de sí mismo, y de la tierra. Con su mente crea, con sus manos construye. Conquista el cielo, el mar y la tierra. Pero no es dueño de la libertad, como los son los demás seres. Se desanima y se rinde. Y experimenta. Y pierde. Y gana.
¡Si tuviera tiempo! Vendería mi alma al diablo por una mano que me alzase. Por desgracia, no estoy en posición de soñar. Los misterios de mi vida carecen de importancia. Soy consciente de cada célula de mi ser. El oxígeno me falta. Me arden los pulmones por los estragos de la sal. Es curioso que algo tan inconsciente sea dolorosamente necesario.
Vivimos en un precario equilibrio. Todo lo que compone mi vida tiene un proporción exacta. No puede haber excesos. Los excesos siempre causan el mal. Qué delicados somos. Quizás la tecnología es una réplica de la condición humana.
Sin embargo... qué feliz he sido.